En sentido general, y refiriéndonos a sistemas materiales, que presentan una cierta estructura u organización, hablamos de envejecimiento cuando se operan cambios en las relaciones entre los elementos del sistema de una forma tiempo-dependiente y tales cambios, en ausencia de intervención o cambios extremos en la dinámica del propio sistema, suelen ser irreversibles, de modo que es posible inferir el tiempo transcurrido a partir de la secuencia preestablecida para dichos cambios. En esta primera definición no se incluye ninguna referencia a la naturaleza del sistema material ni al hecho de que los cambios supongan un deterioro, aunque éste último suele ser el caso debido a que las leyes de la termodinámica conducen inexorablemente a un aumento de la entropía. Una definición más estricta se ceñiría precisamente a aquellas evoluciones en los sistemas que supongan un deterioro del mismo, esto es, a la incapacidad para mantener la estructura, la integridad o el orden interno de dicho sistema. En este sentido cabría distinguirlo de su opuesto, una evolución hacia un mayor orden o clímax, y que conocemos como desarrollo o también sucesión si hablamos de ecosistemas. Cuando un sistema es invariable o no se deteriora con el tiempo, entonces decimos que ha aumentado su antigüedad, pero no ha envejecido. Solemos referirnos con el término senescencia al envejecimiento de los seres vivos, y muy especialmente al envejecimiento celular. En tanto que empleamos preferentemente el término degradación cuando hablamos de sistemas no vivos, en especial en la física de materiales o en el diseño de máquinas.