En la teología católica, el purgatorio es el lugar de limpieza y expiación donde, después de su muerte, las personas que han muerto sin pecado mortal (ofensa directa a Dios) pero que han cometido pecados en su vida, tienen que limpiar esas culpas para poder alcanzar el cielo. Debido a que todo aquel que entra en el Purgatorio terminará llegando al Cielo tarde o temprano, no es una forma inferior del Infierno. Las plegarias por los muertos o las indulgencias pueden acortar la estadía de uno, o de los seres queridos que estén en dicho lugar.
La Iglesia Ortodoxa de Oriente no acepta la existencia del purgatorio, pero tradicionalmente se ofrecen rezos a los muertos, pidiendo a Dios que les muestre su misericordia y amor, en lo que equivale a una admisión implícita de su existencia.
Las iglesias protestantes rechazan de forma unánime la creencia en el purgatorio, de hecho, la Reforma se inició precisamente con la denuncia que Lutero hizo contra la venta de indulgencias (dinero que liberaba a las almas del purgatorio) para financiar la construcción de la Basílica de San Pedro. Lutero describe el purgatorio como una invención malintencionada del anticristo para confundir al hombre y hacerle creer que hay perdón después de la muerte por medio de la compra de indulgencias y otros mecanismos sustentados doctrinalmente en los libros apócrifos que la Iglesia Católica Romana denominó más tarde libros deuterocanónicos.
En el Islam existen conceptos similares o compatibles con el católico romano, como el Barzaj, el lugar, período o secuencia de trámites por los que el alma espera el Juicio Final en lo que Mahoma describe como «las peores horas de la vida de un hombre». La idea de que las almas que van al infierno pueden sufrir allí la purificación y alcanzar el cielo, permite a algunos opinar que el infierno de los musulmanes es más parecido al purgatorio de los católicos que al infierno cristiano. Existe también el Araf, un alto muro o barrera en el que esperan los que han conseguido escapar del infierno, pero no han sido autorizados aún a entrar en el cielo. También se encuentran en ese lugar fronterizo las almas de los naturalmente inocentes, como los niños o los locos incapaces de distinguir el bien del mal.
Otro lugar que responde al mismo concepto es el Hamistagan o Hamestagan del zoroastrismo, donde las almas de los que presentan un balance equilibrado entre sus buenas y sus malas obras, encuentran la oportunidad que necesitan para ganar un sitio en el cielo. Algunos apologetas protestantes aprovechan esta coincidencia para hacer uno de sus frecuentes reproches de paganismo en las tradiciones católicas.
La existencia del purgatorio, junto a otras mansiones de ultratumba distintas del infierno y el cielo, forma parte de la doctrina católica romana. En el caso del purgatorio, el Antiguo Testamento sólo se refiere al concepto de manera inequívoca en el libro segundo de los Macabeos (12: 41-46). San Jerónimo consideró apócrifo este libro y por ello de menor rango en el Canon de la Biblia, posteriormente, Lutero también reparó en él precisamente por su referencia al purgatorio. Lutero afirmó en su proposición 37 que la existencia del purgatorio no se apoya en ninguna escritura canónica. Los libros de los Macabeos, como otros que la Iglesia Católica Romana llama actualmente deuterocanónicos, fueron incorporados en la tradición al griego de la Septuaginta, una versión de la biblia hebrea que ha tenido una posición dominante en las iglesias ortodoxas y, en menor medida, en la católica; y que prácticamente ninguna tradición hebrea acepta.
"A este tercio lo meteré en el fuego, lo fundiré como se funde la plata, lo probaré como se prueba el oro. Él invocará mi nombre, y yo lo oiré. Yo diré: 'Pueblo mío'. Él dirá: 'Yahveh es mi Dios'".
Desde la perspectiva católica romana, se piensa que los pasajes anteriores dan a entender que en el "otro mundo" habrá pecados que sí podrán ser perdonados (limpiados), ese otro mundo no puede ser el infierno, pues en él ya se está condenado; tampoco el cielo pues nada que tenga mancha entrará ahí, por lo que este lugar debe ser una residencia intermedia.
Desde la perspectiva protestante, estos pasajes se refieren a la purificación de la fe de los verdaderos cristianos mediante las pruebas de este mundo, ya que una vez terminada esta vida, ya no hay fe, sino conocimiento real de la existencia de Dios, y certeza del cielo y del infierno, puesto que Cristo habría hecho propiaciación por todos aquellos que lo aceptan y los habría limpiado completamente de todo pecado, santificándolos en sí mismo para su acceso al cielo.
Al señalar que el pecado contra el Espíritu Santo no será perdonado ni en esta vida ni en la otra, se entendería que Dios (Jesús) se está refiriendo a ese pecado específicamente, y que por lo tanto, ese sería el único pecado que no puede ser perdonado en la otra vida, y de ello se entendería que otros pecados sí podrían ser perdonados en la otra vida.
Pueden citarse también el Evangelio de Lucas (12: 47-48), la Segunda epístola a Timoteo (1: 16-18) y la Primera epístola a los corintios (3:10-15).
Desde la perspectiva protestante, las citas de arriba solamente confirman que no hay perdón de pecados después de la muerte ya que no existe ninguna cita Bíblica que explícitamente confirma la existencia de algún estado intermedio, sino que solo hay dos estados posibles para el alma después de la muerte del cuerpo: el Cielo para aquellos que tuvieron en vida fe en el perdón total de los pecados a través del sacrificio de Cristo y el infierno para los que no tuvieron fe o la perdieron durante las pruebas de la vida.
Según la doctrina católica romana hay una diferencia sustancial entre infierno y purgatorio, y éste no es un infierno temporal. Propiamente hablando, sólo en el infierno se da una verdadera pena de daño, ya que ella es el castigo ultraterreno a la aversión actual de Dios, que no se da en las almas del purgatorio. Sin embargo pueden distinguirse: