El prólogo es el escrito breve, situado al principio de una obra extensa, entre los documentos llamados liminares, y sirve a un escritor para justificar el haberla compuesto y al lector para orientarse en la lectura. Posee además otros cometidos:
Cuando el autor es novel, el prólogo suele escribirlo un escritor reconocido para presentarlo, pero en los restantes casos suele hacerlo el mismo autor que ha compuesto la obra extensa. Se compone siempre después de haber acabado la obra, no antes, y puede haber más de uno, sobre todo si la obra ha tenido éxito y se ha reeditado o reimpreso varias veces, por lo que cada edición nueva lleva su propio prólogo que va a continuación de los demás. Cuando los prólogos del autor se acumulan, el autor de la obra ofrece una perspectiva diacrónica de su relación con la obra literaria compuesta y su acogida a través de los años, por ejemplo, en La Colmena, de Camilo José Cela. Si el objetivo del prólogo a una obra es defenderla, se denomina galeato.
El prólogo se sitúa entre un conjunto de textos iniciales de la obra que se denomina habitualmente como liminares o preliminares. Posee un carácter más literario que la introducción, que es una presentación del contenido más que del autor, y debe distinguirse claramente del prefacio, o escrito preliminar que expresa la intención de una obra con anterioridad a que esta haya sido escrita.
Hay que considerar al prólogo dentro de lo que Gerard Genette denomina paratexto, esto es, cualquier texto que se sitúa en la periferia del texto literario: el título, el subtítulo, la dedicatoria, el lema, el prólogo o prólogos, el epílogo o ultílogo o ultimólogo, las notas, glosas o escolios al margen o al pie, las sobrecubiertas, las fajas, los capítulos desechados, los borradores...
El prólogo tiene una gran importancia para la historia literaria, pues con frecuencia ofrece las claves críticas de la interpretación de la obra por su propio autor o por alguien cercano a él. Sólo hasta hace muy poco ha empezado a ser estudiado como género literario.