Tras el estallido de la Primera Guerra Mundial en 1914, el ejército alemán abrió el frente occidental invadiendo primero Luxemburgo y Bélgica, y luego obteniendo el control militar de regiones industriales importantes de Francia. La fuerza del avance fue contenida drásticamente con la Batalla del Marne. Ambos contendientes se atrincheraron en una línea sinuosa de trincheras fortificadas que se extendía desde el Mar del Norte hasta la frontera suiza con Francia. Esta línea permaneció sin cambios sustanciales durante casi toda la guerra.
Entre 1915 y 1917 se produjeron varias ofensivas importantes a lo largo de este frente. En estos ataques se recurrió a bombardeos masivos de artillería y al avance masivo de la infantería. Sin embargo, la combinación de las trincheras, los nidos de ametralladoras, el alambre de espino y la artillería infligía cuantiosas bajas a los atacantes y a los defensores en contraataque. Como resultado, no se conseguían avances significativos.
En un esfuerzo por romper este callejón sin salida, este frente presenció la introducción de nuevas tecnologías militares, incluyendo el gas venenoso y los tanques. Pero solo tras la adopción de mejoras tácticas se recuperó cierto grado de movilidad.
A pesar de la naturaleza de estancamiento de este frente, este escenario resultó decisivo. El avance inexorable de los ejércitos aliados en 1918 convenció a los comandantes alemanes de que la derrota era inevitable, y el gobierno se vio obligado a negociar las condiciones de un armisticio.