Símbolo Niceno

El símbolo niceno o símbolo de la fe es una declaración dogmática de los contenidos de la fe cristiana promulgada en el Concilio de Nicea I (325). El objeto del credo niceno fue consensuar una definición de los dogmas de la fe cristiana, impedida hasta entonces por la escasa institucionalización y las fuertes variantes regionales. El principal adversario de la doctrina nicena fue el arrianismo, una corriente teológica que negaba la divinidad de Jesús; otros problemas teológicos, en especial trinitarios, no se resolverían hasta el Concilio de Constantinopla, cuando el carácter divino del Espíritu Santo se afirmó definitivamente.

El credo resume los principios básicos de la fe ortodoxa de una manera relativamente sencilla, con la intención de proporcionar un recurso para memorizarlos y proclamarlos a los fieles. Implícitamente condena los errores más difundidos, como medio para identificar las posibles disidencias; modificaciones posteriores del credo buscarían dar mayor precisión a la definición de las herejías contemporáneas.

Una versión ligeramente modificada dictada en el Concilio de Constantinopla I (381) se denomina símbolo niceno constantinopolitano, que surgió por la necesidad de la Iglesia de establecer claramente todo aquello en lo que debe creer cualquier bautizado. Además se establece para tener una referencia en contra de las ideas heréticas que surgían a cada momento.

El credo niceno, símbolo de la fe, es aceptado por la Iglesia Católica, las iglesias ortodoxas, la anglicana, y la mayoría de las iglesias protestantes, y representó la última versión del contenido teológico del cristianismo en la que ortodoxos y católicos se mostraron de acuerdo, un consenso que se rompería con la introducción en el IV Concilio de Toledo de 587 de la llamada "cláusula filioque".

Para la gran mayoría de las denominaciones cristianas, el credo niceno constituye la base central e incontrovertible de la fe. La profesión del mismo es parte de la celebración católica y ortodoxa de la misa, y forma parte de la prédica de la mayoría de las iglesias protestantes; el Acuerdo de Lausana de 1974 lo incluyó como base de la práctica evangélica.

Las denominaciones que rechazan en todo o en parte el credo —entre ellas mormones, Testigos de Jehová, arrianos y unitaristas— son frecuentemente catalogadas por las otras de no cristianas, lo que ha provocado agrias disputas y aún acciones legales en los Estados Unidos.