La reparación del ADN es un proceso constante en la célula, esencial para su supervivencia ya que protege al genoma de daños y mutaciones dañinas. En las células humanas tanto las reacciones metabólicas normales como factores ambientales (como rayos UV) pueden causar daños, alcanzando las 500.000 lesiones de moléculas por célula al día.
Estas lesiones causan daños estructurales a la molécula de ADN, y pueden alterar de forma drástica la forma de las células de leer la información codificada en sus genes. En consecuencia, el proceso de reparación del ADN debe estar constantemente operativo, para corregir rápidamente cualquier daño en la estructura de ADN.
La mayoría de las células del cuerpo entran primero en senescencia. Después, tras daños irreparables en el ADN sobreviene la apoptosis. En este caso la apoptosis funciona como un mecanismo de “último recurso”, para evitar que la célula se vuelva carcinogénica (capaz de formar un tumor, ver cáncer) y poner en peligro el organismo.
Cuando las células entran en senescencia, las modificaciones en la biosíntesis y producción hacen que funcionen de forma poco eficiente, conduciendo inevitablemente a la enfermedad. La capacidad de reparación del ADN de la célula es vital para la integridad de su genoma, de su funcionamiento normal y por extensión, de todo el organismo. Muchos genes que al principio parecían estar relacionados con una mayor duración de la vida han sido relacionados con el mecanismo de reparación y protección del ADN.
El fracaso al corregir lesiones moleculares en las células que forman gametos (gametogénicas) conduce a descendencias con mutaciones y puede afectar a la tasa evolutiva.